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Cuando el covid-19 llegó a mi vida

Septiembre 26, 2021   |   Consejos,

Desde hace más de un año hemos enfrentado este acontecimiento inesperado: cambiamos por completo nuestros hábitos de vivir y empezamos a utilizar la palabra “pandemia”, usada  antes únicamente en libros de ciencia y tan ajena a nosotros. La higiene se volvió nuestra compañera y mejor amiga, y las reuniones ahora sólo pueden ser de manera virtual. Comparto aquí el drama del covid en las vidas de una tía y su familia, en sus propias palabras testimoniales.

CASAS RUBA

Isabel Mendoza Flores

Miles o millones de historias se siguen tejiendo alrededor de este virus, y a lo largo de este tiempo muchas versiones han circulado, todas muy respetables. 

En particular en esta ocasión les comparto el testimonio de alguien que padeció covid-19 y que pudo salir adelante gracias a su fe, al amor a su familia y, claro, a su atención médica oportuna.

A continuación narro lo acontecido a una tía y a su familia:

En diciembre 2020, reunión familiar por Navidad, cena, risas y abrir regalos, larga charla con la familia y nos despedimos para vernos al siguiente día.

Por la madrugada mi esposo tiene tos y cuerpo cortado. Al día siguiente me dice que tomará medicamento para la gripe, ya que se siente mal. Pasa una semana, y para fin de año se sigue sintiendo mal, con dolor muscular y sin ganas de nada.

Luego yo también me siento cansada y con dolor en mis articulaciones.

Bajo enojos y regaños de nuestros hijos, aceptamos que venga el doctor a casa.

¡Sorpresa! El diagnóstico de mi esposo fue covid-19 y por ende yo también. Inmediatamente nos aislaron y nos pusieron oxígeno. Todo fue muy rápido: de la noche a la mañana mi esposo en un cuarto y yo en otro. Mis hijos, arriesgándose, venían a apoyarnos: improvisaron una burbuja de plástico para que pudieramos recibir comida, medicamentos y demás.

Para la segunda semana mi esposo no se encontraba nada bien, y el médico sugiere que nos vayamos al hospital. Yo me negaba por completo: quería estar en mi casa con mi marido. Sin embargo, él me dice: “¡Vamos! Es por nuestra salud”, algo que me sacudió e hizo que me subiera a la ambulancia. El paramédico me dijo: “No puede tocar a su marido y solo despídanse de lejos para que él ingrese al área de varones y usted a la de damas”.

Únicamente con la mano en lo alto un adiós.

Pasaron los días y yo me sentía sola, angustiada, confundida, desesperada de no saber de mi esposo, la tristeza de no ver a mi familia y que dependía de un tanque de oxígeno. Mi compañera de cuarto, los médicos y las enfermeras eran las que me daban ánimo para seguir. Desconectada del mundo, de mi familia. Pero sigo con vida, día tras día, y no empeoro.

Después de más de siete semanas es cuando el médico me indica que he sido dada de alta, que puedo regresar a casa, ver a mi familia… ¡Era algo que tanto anhelaba! Motivo de gran feclicidad.

Ese mismo día, el médico y la enfermera me llevaron a una sala. Mis hijos me esperaban… Pero vi en su rostro un presagio, una expresión algo agridulce: contentos de verme, pero tristes.

La noticia que tenían que darme era muy dolorosa: ¡mi esposo había fallecido!, solo, lejos de mí y de mis hijos. ¡Murió solo! El corazón se me partió. Las lágrimas y los porqués nos invadieron.

Salí de allí tocando la campana de la vida, abatida, deshecha… pero agradecida con Dios por esta oportunidad de vida para mí.

No sé mucho de ciencia ni de enfermedades. Lo único que puedo decir es que esta enfermedad es muy severa, y veo en noticias que hay variantes del virus. Y me da miedo. Sin embargo, creo que debo ser mucho más precavida en mis cuidados, para poder compartir más momentos con mi familia y vivir del recuerdo de mi amado esposo.

Sin duda y como testigo en primera persona, puedo decir que soy una sobreviviente de los estragos –¡tan duros!– del covid-19, lista para seguir amando a mis hijos y nietos, y afirmo que la alegría de estar viva y poder respirar por mí misma me da ánimo para saber que aún tengo una misión que cumplir.

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